James Turrell para Architectural Digest
La revista AD me encargó hacer fotos de James Turell en su nuevo Skyspace de José Ignacio. Tuve el privilegio además, de interactuar con él un ratito.
Cuando fotografío a un personaje famoso, en general solo tengo unos pocos minutos y casi no cruzamos palabras. Así iba a ser con James: supuestamente tenía tres minutos para hacerle fotos afuera y luego entrábamos a calibrar el sistema de luces. Pero se me ocurrió pedirle que saliera conmigo a hacer unos retratos y nos quedamos a solas frente a su obra. Le comenté algo sobre su barba y me contó que solo se había afeitado una vez en su vida y que su hija, que en ese entonces tenía 2 años, al verlo no lo reconoció y se puso a llorar. De ahí en más la ha llevado siempre.
No pudimos charlar mucho más. Él estaba ansioso por entrar a trabajar en la calibración. Yo lo seguí con curiosidad y sin expectativas. Me senté junto a otras quince personas en el asiento circular de mármol que rodea la estructura y me dispuse a observar el cielo a través de un agujero en el techo. Durante una hora (que parecieron 5 minutos) miramos hacia arriba en un amable silencio. Las luces proyectadas en la estructura blanca daban la ilusión de que era el cielo que cambiaba de color. Verde, violeta y otros colores que jamás veríamos fuera de esa cúpula. La obra de arte era la propia luz, la experiencia de ver. James nos invitó a valorar cómo la luz puede desafiar nuestra percepción, cómo podemos ver el cielo de una forma totalmente diferente si cambiamos las condiciones que lo rodean. En sus palabras “vivimos en esta realidad que creamos, y somos bastante inconscientes sobre cómo creamos la realidad. El trabajo es un koan sobre cómo formamos este mundo en que vivimos, en particular con la mirada.”
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